martes, 16 de septiembre de 2008


Entelequias

– Dicen algunos que la cosa no existe, don Tomás – dijo el Rufo mientras se retorcía una de las puntitas asimétricas del bigote.
– Ah... Sí, m’hijito. Algo oí...
– ¿Y usted qué piensa? – siguió el Rufo, acompañando con los dedos al rulo en su desenrulamiento.
– Bueno, m’hijo, es como lo que le pasó al primo Mario. Volvió de la guerra con una pierna menos. Y seguía diciendo que en verano le picaban los mosquitos. En la pierna, m’entendés. El problema era que no podía rascarse. Y entonces la tía Noelia le llenaba de ungüento la otra pierna, se la llenaba por dos, como quien dice, pá compensar. Pero no había caso. El Mario sufría y apretaba los dientes y hasta decía que le daban ganas de arrancarse todos los pelos del cuerpo. Para la picazón no es remedio el ungüento si uno no se rasca primero, eso se sabe. Por suerte, al final, la solución se le ocurrió a la Carlita cuando volvió de la capital. Ella estudiaba algo como... cerámica ¿te acordás? Sabía hacer de esas cosas... ¿cómo se llaman? ¡Ah! Estatuas, sí. Bueno, fue fácil. Con una rama de quebracho se las arregló para hacerle una pierna, como quien dice, y se la ataron con unos elásticos a la cintura o a la silla de ruedas, ahora ya no me acuerdo. Problema solucionado, m’hijo. El Mario se gastaba las uñas en la madera, y andaba todo el día contento, como un borracho a las siete de la tarde... Hasta pedía que lo durmieran con la pierna puesta, imagináte.

El Rufo siguió pensativo, arrufándose el bigotito. Mientras con la otra mano se sobaba la calva de la cabeza, como es natural, se quedó en silencio.

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