sábado, 26 de septiembre de 2009


En una tarde de agosto
en una tarde como pocas
mecánica y fría del sudor de los perros

mi aliento condensado en cada exhalación
nube diminuta de mí desapareciendo

se sabe donde buscar
los amigos aparecen en el resto de vino de botella olvidada
en las monedas al fondo del bolsillo descosido los amigos

esos paliativos de esperanza de coco
prestos a caer frente al sediento

En una tarde
en una tarde como pocas
cuando recordaba nuestro adiós con la aspereza de las escamas que se tocan
a contrapelo
los amigos y ese presente injerto de carcajada
de camino andado bajo el brazo
nube interminable
unida a mi cada respiración hecha vapor
por fin ternura que no conoce
fin.

martes, 15 de septiembre de 2009

Llamado a la carnicería



Amo a las personas felices. Y como todo amor verdadero, en su médula se encuentra la más pura y espiritual envidia. Tengo tantos amigos y amigas que parecen felices, que me causa vértigo su recuento. Aparecen en la pantalla publicando sus fotos de familia sonriente, azucarada, con las mejillas que les brillan de sebo y de asados dominicales que se acompañan de jugo y coca cola. Amo a las personas felices que dicen no ser tan felices y para demostrarlo se quejan de que tienen problemas, de que no les escucha su pareja como debería, de que necesitan cambiar de trabajo, de que sus hijitos tienen cinco años y todavía se mean por la noche. Amo a las personas felices y a sus problemitas de hoja de otoño, que caen para renacer cada septiembre. Sí, definitivamente amo a esas personitas que tienen no sólo tiempo sino voluntad para ocuparse sobre qué curso les conviene tomar a partir de marzo, a las que les interesa cocinar mejor, relajarse más, beber agua hasta el espasmo estomacal y comerse a rajatabla lo último que la propaganda designa como saludable. Amo y envidio a esas personas.
Las amo tanto, que las mataría limpiamente, a cañón de automática con silenciador, tan sólo porque me dejaran un maldito lugar en el podio que ocupan con injuriante naturalidad. Sí, las aniquilaría con tal de que me permitieran apostarme en el maldito rinconcito en el que te dan marido y sonrisas, cansancio a las once de la noche, sábanas limpias y un par de revolcones por semana. Revolcones asegurados, eso es. Compañía asegurada, eso es. Auto en cuotas ¡eso es! Domingos en el club ¡eso es! Actos escolares de mamá y papá ¡eso, eso es lo que es!
¡Ah! Pero no hay que gritarles a los pájaros como si fueran extranjeros. Son de aquí, de esta tierra, de esta ramificación obsecuente de arterias y venas y delicados hilitos de circulación por los que late cada una de las células, cada una de las aspiraciones de mugrosa felicidad burguesa.
¿Cómo ir hacia el rojo absoluto? El rojo absoluto, y no sólo el de la sangre, sino el del deseo y la moral. Lo dicho me recuerda a Tristán Tzara. Es cierto, la vida es un alce malva sobre un campo de atunes. Queda enterarse, nada más.