jueves, 11 de marzo de 2010


Desayuno el café ojeroso y me lo repito: estamos proletarizados por dentro. No son sólo los actos cotidianos en su milimétrica previsibilidad – actos ceñidos a un patrón tan estricto, que se cuentan con los dedos de una mano las ocasiones de una vida en las que el repertorio del hacer se desboca, salta al vacío o se incinera. No es eso lo que me preocupa. Un ocurrir más temible nos cincha a la sombra del burro que empuja el molino. Hacia lo alto y hacia lo bajo, nos avergüenzan las mismas impudicias, nos acalambran el estómago los mismos miedos, nos expectoran felicidad los mismos reconocimientos. El guión de las emociones que nos pueblan puede describirse con la exactitud y la monotonía de cualquier jornada de asalariado.  
Podrían inventarse incontables canciones a la triste comicidad de este monopolio. Los celos, la generosidad, la ira, el arrepentimiento, la solidaridad... ¿Acaso son más que las marcas comerciales de los productos que consumimos a diario? ¿Acaso nos deben su existencia en algo más que no sea el repetido acto de elegirlas de las blancas góndolas, convencidos de nuestra libertad de demanda?   
Estamos proletarizados y consumidos por dentro, y aún más patéticamente alienados por la pretensión de verdad que nos devora el sentir. En ocasiones, la agnición de este papel que se representa en mí se petrifica en carcajada intrusa, baldía, como una sucesión de aletazos congelados.

5 comentarios:

  1. Excelente blog :)
    Espero pasar de nuevo por aquì. Saludos cordiales

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  2. Espléndido texto, aunque este comentario tan previsible hace que me sienta mal. Entre el sopor insoportable de la rutina cotidiana, sorprender el mismo musgo en las emociones es indudablemente, patético. Una especie de globalización que afecta al ser en lo más hondo y hunde la dignidad individual entre estanterías de supermercado e ideas y signos caducos infinitamente duplicados.
    Uff. Me repito.
    Abrazos,

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  3. Cuando se acabe la imaginación, los hombres serán objetos compradores de objetos. Un gran beso.

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  4. Agudo y sublime tu poema como el flato de un hada. Y lo festejamos: ¡cánula intraintestinal con brea y magiclick para todo el mundo!

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  5. Meé Anderson, darling:

    Hace un tiempo que vengo pensando que según de quién venga la critica, se convierte en el mayor de los elogios.

    P.D.: Yo no hago poesía,
    hago mis límites.

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