lunes, 31 de mayo de 2010

CARTA ABIERTA A LOS SURREALISTAS DE TODO EL MUNDO (fragmento)

En "El ojo cosmológico", Henry Miller se despacha sobre el surrealismo como el último reducto de esa "mentirosa máscara cultural" que no hace más que acelerar su propia muerte. 
Texto completo acá.
"Debajo de la cintura todos los hombres son hermanos. Salvo en las regiones superiores, donde se es poeta o chiflado (o criminal), el hombre jamás conoció la soledad. "Actualmente - escribe Paul Eluard - está disipándose la soledad de los poetas. Ahora son hombres entre hombres, y tienen hermanos". Lo cual, desgraciadamente, es por demás exacto, y por eso a medida que pasa el tiempo es más difícil hallar al poeta. Todavía prefiero la vida anárquica; a diferencia de Paul Eluard, no puedo decir que la palabra "fraternización" me exalte. Tampoco me parece que este concepto de hermandad provenga de una concepción poética de la
vida. No es, ni mucho menos, lo que Lautréamont quería decir cuando afirmaba que todos deben contribuir a la elaboración poética. La hermandad del hombre es una ilusión permanente, común a los idealistas de todas las épocas: es la reducción del principio de individualización al mínimo común denominador de inteligencia. Es lo quo impulsa a las masas a identificarse con las estrellas cinematográficas y con mogalomaníacos como Hitler y Mussolini. Es lo que les impide leer y apreciar poesía como la que nos ofrece Paul Eluard, y ser influidas por ella y crearla a su vez. Que Paul Eluard se sienta desesperadamente solo, que
haga todo lo que está a su alcance por comunicarse con sus semejantes, es cosa que comprendo y suscribo, de todo corazón. Pero cuando Paul Eluard baja a la calle y se convierte en un hombre, no se hace entender
ni apreciar por lo que es... es decir, por el poeta que es. Por el contrario, se comunica con sus semejantes por vía de capitulación, por el renunciamiento a su propia individualidad, a su elevado papel. Si se lo acepta,
ello ocurre simplemente porque está dispuesto a renunciar a las cualidades que lo distinguen de sus semejantes, y que a los ojos de éstos lo convierten en una figura antipática e incomprensible. Nada tiene de
extraño que se encierre a los chiflados, se crucifique a los redentores y se lapide a los profetas. Sea como fuere, de una cosa podemos estar seguros: no es así como todos contribuirán a la elaboración poética.
(Pregunta: ¿Y por qué todos han de contribuir a la elaboración poética? ¿Por qué?)
En todas las épocas, así como en cada vida que merezca ese nombre, hay un esfuerzo por restablecer el equilibrio perturbado por el poder y la tiranía que algunas grandes personalidades ejercen sobre nosotros. Esta lucha es fundamentalmente personal y religiosa. Nada tiene que ver con la libertad y la justicia, palabras vacías cuyo significado nadie conoce con precisión. Tiene que ver con la elaboración poética o, si se quiere, con la transformación de la vida en poema. Tiene que ver con la adopción de una actitud creadora hacia la vida. Una de sus más eficaces formas de expresión es la destrucción de la tiránica influencia ejercida sobre nosotros por los muertos. No se trata de negar a estos prototipos, sino de absorberlos, asimilándolos y a su debido tiempo sobrepasándolos. Cada cual debe realizar personalmente esa tarea. No existe un plan practicable de liberación universal. La tragedia chic es el ámbito vital de casi todas las grandes figuras, queda olvidada, a causa de la admiración que profesamos a la otra del hombre. Olvídase que los gloriosos griegos, por quienes profesamos ilimitada admiración, trataron a sus hombres de genio quizá más vergonzosa y cruelmente que cualquiera de los pueblos conocidos. Se olvida que el misterio que acompaña a la vida de Shakespeare es tal sólo porque los ingleses no desean reconocer que Shakespeare enloqueció a causa de la estupidez, la incomprensión y la intolerancia de sus compatriotas, y acabó sus días en un manicomio.
Como dice el antiguo proverbio chino, la vida es hambre o es festín. Ahora se parece mucho al hambre. Sin necesidad de recurrir a la ciencia de un sabio como Freud, es obvio que en tiempos de escasez los hombres se comportan de distinto modo que cuando hay abundancia. En tiempos de hambruna el hombre merodea las calles con ojo rapaz. Mira al hermano, ve en él un bocado suculento, y sin demora lo acecha y lo devora. 'lodo ello en nombre de la revolución. A decir verdad, poco importa en nombre de qué lo hace. Cuando los hombres se inclinan a la fraternidad, también adquieren inclinaciones ligeramente canibalísticas.
En China, donde el hambre es más frecuente y destructiva, la gente ha llegado a punto tal de histerismo (debajo de la famosa máscara oriental), que cuando asiste a la ejecución de un hombre a menudo se olvida de sí misma y ríe.
El hambre que ahora padecemos es peculiar, en el sentido de que existe en medio de la abundancia. Podríamos decir que es un hambre espiritual más que física. Ahora la gente no lucha por el pan, sino por el derecho al trozo de pan, lo que constituye una distinción de cierta importancia. En términos figurados, hay pan por doquier, pero casi todos tenemos hambre. ¿Puedo decir que esto último se aplica particularmente a los poetas? Formulo la pregunta porque es tradicional que los poetas pasen hambre. Por lo cual resulta un tanto extraño verlos identificar su habitual hambre física con el hambre espiritual de las masas. ¿O es al revés? Sea como fuere, ahora todos padecemos hambre, salvo, claro está, los ricos, y la relamida burguesía que supo lo que era pasar necesidades físicas o espirituales.
Originalmente los hombres se mataban en persecución directa del botín: alimentos, armas, implementos, mujeres, cte. Aunque todo ello careciera de caridad o de simpatía, tenía sentido. Ahora hemos adoptado una fisonomía simpática, caritativa y fraterna, pero seguimos matándonos, y matamos sin la menor esperanza de alcanzar nuestros objetivos. No matamos en beneficio de los que vendrán, para que puedan gozar de una vida más abundante. (¡Que nos cuelguen si lo hacemos!)
En el curso de este libro sobre el surrealismo se ha mencionado nuestra gran deuda con Freud y colegas. Pero hay algo que Freud y toda su tribu han destacado con harta claridad, y que por extraña coincidencia falta en esta reseña de nuestra supuesta deuda. Se trata de lo siguiente: Siempre que dejamos de golpear o de matar a la persona quo amenaza humillarnos, degradarnos, esclavizarnos o someternos, pagamos el precio de esa actitud en el suicidio colectivo, que es la guerra, o en la matanza fratricida, que es la revolución. Cuando no logramos expresar el máximo de nuestras posibilidades, matamos al Shakespeare, al Dante, al Homero, al Cristo que hay en nosotros. Cada uno de los días que vivimos atados a la mujer a quien ya no amamos destruimos nuestra capacidad de amar y de tener la mujer que merecemos. La época en que vivimos es la que nos corresponde: nosotros la plasmamos, no Dios ni el Capitalismo, ni esto o aquello, llámeselo como se quiera. Llevamos en nosotros mismos el bien... ¡y también el mal! Pero, como dijo el antiguo bardo, "el bien a menudo va enterrado junto con nuestros huesos". La fundamental eficacia de la doctrina psicoanalítica reside en el reconocimiento del aspecto de la responsabilidad. La neurosis no constituye un fenómeno nuevo en la historia de las enfermedades humanas, y tampoco lo es su expresión más extraordinaria, la esquizofrenia. No es la primera vez que se agota el suelo y aun el subsuelo cultural. Se trata de una hambruna que afecta a las raíces mismas, y de ningún modo es paradójico -por el contrario, es absolutamente lógico - que ello ocurra en medio de la abundancia. Es perfectamente propio y natural que en medio de esta podrida abundancia nosotros, los muertos en vida, nos sentemos como leprosos con los brazos extendidos, y mendiguemos una pequeña caridad. O que nos pongamos de pie y nos matemos unos a otros, lo cual es mucho más entretenido, y en definitiva viene a parar en: lo mismo. Es decir, en la nulidad.
Cuando al fin todos comprendan que nada pueden esperar de Dios, o de la sociedad, o de los amigos, o del déspota benévolo de los gobiernos democráticos, o de los santos, o de los redentores, o de ese sanctasanctórum que es la educación; cuando todos comprendan que deben trabajar con sus propias manos para salvarse, y que nadie puede esperar piedad, quizás entonces... ¡Quizás! Aun así, tengo mis dudas, habida cuenta de la clase de Hombres que sanos. El hecho es que estamos condenados. Quizá muramos mañana, quizás en los próximos cinco minutos. Pasemos revista a nuestro propio ser. Podemos conseguir que los últimos cinco minutos sean válidos, entretenidos y aun alegres, si se quiere, o despilfarrarlos, como hemos lecho con las horas, los caías, los meses, los años y los siglos. No hay dios capaz de salvarnos. No existe un sistema de gobierno, una doctrina que nos suministre la libertad y la justicia invocadas por los hombres en sus estertores de muerte."

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